TODO LO QUE TENGO SE LO DEBO A MI SENSEI
Por Raymundo Fortuny.
Soy un cabrón. Lo sé. Desde temprana edad me di cuenta de mi identidad. Por alguna extraña razón siempre me gustó contrariar lo que fuera y para colmo soy muy curioso, entonces la ecuación se volvió perfecta. Polemizar por todo y con todo. Lo sé. Me gusta. Me divierte. La verdad es que desde pequeño tuve esa inquietud de preguntarme cada cosa que iba descubriendo como cualquier niño en desarrollo. Pero en temprana edad también sucede el corregimiento de los padres (muy merecido en mi caso) para ir por el “buen camino”. Sin embargo, por tener la fortuna de pertenecer a una familia muy unida, con padres cariñosos y hermanos muy divertidos, siempre estuve en la balanza de la buena vida. No tuve que crecer en un ambiente inhóspito donde te tienes que buscar la vida desde temprana edad en situaciones que te forjan el carácter.
Tengo un amigo, “el gordo”, que me cuenta sus anécdotas de pequeño. Tenía que salir con su abuela a vender billetes de lotería. Me imagino lo que fue su infancia. En los parques, en las avenidas, el frio, la lluvia, el rechazo de la gente y encima tener que llegar por la noche a casa a meterse un trozo de pan a la boca. La mía fue otra vida; otros senderos, otros parques, otro cobijo. Tuve la enorme suerte de crecer en un barrio tranquilo con amigos similares a mí. Donde las preocupaciones eran saber si querías hotcakes en la cena o pan francés. Nada que ver con la comercialización de lotería en la inmensa masa de asfalto.
Sin saber de la fortuna a la cual había sido acreedor desde los cielos me forme un carácter “especial”. Un niño travieso e inteligente dando mella por todo. Gracias a Dios mi hermano mayor es más cabrón que yo (y más alto y fuerte) entonces de alguna manera la ecuación se compensaba. Siempre que había una discusión acabábamos a piñas y por lo general yo salía arrastrando la cobija. Fue en aquel entonces que tuve la primera epifanía de mi existencia, pensé: debo encontrar una forma de vencer a mi hermano sin acabar echo polvo.
Mido 1.70, la estatura promedio del país. Pero mi infancia fue algo serio. Por alguna extraña razón todos crecían menos yo. En el instituto de enseñanza actualizada (IDEA) -mi primaria- todos iban despuntando excepto yo. Mis padres no sabían si era por mi alimentación o si de plano me quedaría chaparro. Recuerdo que mi mamá me tomaba de la mano para llevarme al parque España a comprar un merengue y yo le decía: “No mamá van a pensar que estás casada con un enano”. Mis preocupaciones.
Esas fueron las circunstancias que le fueron dando forma y estilo a mi persona. A mi personalidad. Entonces no es de extrañar que me fui volviendo un individuo que buscara la solución inteligente para una situación en desventaja.
Fue por ahí de los noventas que salió la película ABOVE THE LAW, traducida en México como NICO. Yo cursaba la prepa (en otro instituto respetable) y tenía amigos de todo tipo; riquillos, deportistas, galanes, trabajadores y nerds. Yo pertenecía a todos y a ninguno. En la adolescencia se termina por desarrollar el físico y el carácter. Fue cuando por finempecé a “crecer” y obtuve la carrocería que al día de hoy ostento, con 20 kilos menos,de paso sea dicho. Pero aun así en esa edad seguía siendo un pibe. Con apenas 17 años tenía amigos con barba, otros con hijos, otros calvos y yo apenas “crecía”. Joder.
Hugo no recuerdo su apellido, era taekwondoin o taekwondoka. Era un chico moreno, delgado, menudo, de aspecto humilde, pero era un tipazo, era mi amigo. Cierto día hubo una demostración de su arte marcial en La Salle y quede maravillado, me gustó mucho lo que hacía y la gracia con que lo hacía. Él había nacido para eso, para el Tae Kwon Do. Yo no tenía ni puta idea de eso. Solo había visto por televisión a tíos volar por los aires en las películas de Bruce Lee. Me pareció una demostración mordaz y honesta de todos esos uniformes blancos con cintas de colores tirando patadas y gritos en el gimnasio donde yo hacía disciplina olímpica (mi gusto por las piruetas empezaba a materializarse). Recuerdo haber tenido una conversación en los pasillos del primer piso con Hugo no recuerdo su apellido y con Rodrigo, otro Taekwondoka y les dije que hacían cosas espectaculares como NICO. Rodrigo me corrigió y me dijo: “No eso es otra cosa, eso es Aikido”. Siguió una pequeña explicación: “En Aikido utilizas la fuerza de tu contrincante para derrotarlo”. Mi mente voló a la velocidad de la luz recordando cómo poder vencer a mi enorme hermano sin despeinarme (como el pijo de Seagal en sus películas). Fue la segunda epifanía de mi vida. Había descubierto lo que quería hacer sin saber ni remotamente cómo ni dónde se hacía eso.
CORREGIR EL CAMINO.
Ya les había dicho que mis padres procuraron enderezarme por todos los medios: Psicólogos, amenazas de escuelas militarizadas, internados, sacerdotes hipnotistas (ahora que lo recuerdo ese cura tenía cara de pedófilo) castigos descomunales, pero nada les funcionaba, yo seguía igual o peor. Había descubierto cómo en algún momento le añadiría ese ingrediente secreto a mi personalidad para vencer a todos. Ya tenía la juventud, la inteligencia y la carita (de angelito). Solo me faltaba ese componente extra para ser invencible. Que imbécil, no tenía la más mínima idea de lo que significaba la palabra Aikido.
El otro día me topé con un video en Facebook donde un jovenzuelo en compañía de su hermano viaja hasta Tailandia para recibir las enseñanzas secretas de Steven Seagal. En las imágenes se ven un Seagal gordo, enorme, vestido de negro a la Mao, imponente mostrando sus habilidades con las manos. Las veloces manos del maestro que ostenta el poseer un dojo en Japón -el único occidental que tiene un sitio de enseñanza en el país oriental- frente a un hombre joven rubio, fornido pero diminuto ante la imagen del gigante aikidoka. La historia iba más o menos así; los jóvenes viajan hasta el otro lado del mundo, se reúnen con el sensei y éste les regala un artefacto para recibir golpes. No sé bien del todo como se llama ese instrumento, pero no es más que un trozo de madera que amortigua a otro pedazo del mismo material ensamblado con una especie de caucho. Dicho artefacto está diseñado para entrenar los nudillos y recibir palizas a lo largo del día. Una cosa insensata. Las imágenes se van entremezclando gracias a la gran labor de edición, en secuelas en el dojo, entrevistas y practica de técnicas, pero lo que me llamó la atención, lo que verdaderamente rescaté de ese pedazo de demostración egocéntrica fue una frase que dijo en algún momento el falsamente tranquilo Seagal con expresión hierática: “Lo verdaderamente importante es tener un buen maestro. No me importa donde hayas entrenado, sino con quien lo haz hecho”. Pum! Sonaron las alarmas. Se estremeció mi cabeza. Otra epifanía. A pesar de todo lo que este gandul nos haga pensar o incluso, en algunos casos hasta defraudar acerca del Aikido, había dicho algo precioso, algo maravilloso que tomé como propio, que iba dirigido a mi. “Lo importante es tu maestro, quien te está enseñando y cómo te lo está enseñando”.
Llegué a Seirenkan a principios del año 2017 y mi primera impresión fue de gozo, de bondad. Un par de individuos habían decidido dedicar el otoño de sus vidas a enseñar y difundir el arte de la paz. Para sorpresa mía conforme iban pasando los meses, los años fue enterarme que Lorena Fortolis era la líder del dojo y no Juan -su marido- su incondicional Uke y maestro también. Pero Lorena, Lorena es la jefa. Y mira que nos ha dejado muy claro el por qué.
Al pasar el tiempo iba pensando que Lore -le digo así de cariño, aunque a Juan le gusta decir los nombres completos. Por ejemplo, yo soy Ray pero para Juan soy Raymundo-. Me tenía (y me tiene) en marcaje personal. Me indicaba cómo decir, cómo hacer, qué hacer, qué no hacer. La etiqueta del dojo ante todo. Acercarme con tal o cual maestro.
Regañarme (todo el tiempo) por alguna cosa que dije o hice. Siempre encima de mi. Y si. Efectivamente Lorena ha estado especialmente encima de mi lanzándome frases como: “No descansare hasta que cambies” (como recuerdo a mi madre). “Tienes que fijarte en los detalles”. Cosas de esa naturaleza. Yo, que soy un testarudo he intentado entender la gran lección de lo que el Aikido es en verdad. Apenas vislumbrando de qué se trata este camino que he decidido seguir.
Y no es que Lorena tenga algo contra mi, NO. Ella es particularmente estricta con todos ! Probablemente yo lo percibo como algo personal y si lo es y no lo es. ¡Claro que es personal porque un caradura como yo necesita pulir todos esos aspectos para avanzar y evolucionar en mi paso por la tierra y si me jacto de hacer Aikido, esa es la manera de hacerlo! Lorena es la guía, la maestra, la Sensei. Pero no me lo tomen a mal, Lorena se toma todo personal con cada uno de sus alumnos. Le da seguimiento personal a cada uno de sus muchachos. A unas les dice: “así no, párate diferente, pon la otra mano”. A otros se escucha lanzarles un aullido: “hazlo amplio, lo estas haciendo incorrecto”. Al mismo Juan, he pensado que lo tiene en la mira todo el tiempo. Como al investigador de las películas de Scorsese -interpretado por un Di Caprio de pelo relamido-, que tiene un soplón en las calles de Nueva York y no lo molesta hasta que necesita un favor grande con la mafia italiana. El pobre soplón queda comprometido entre dinastías de matones entre los Gino ́s y los De Lucca. Pobre Juan, cuando lo manda a hacer una técnica comprometedora alcanzo a ver la expresión tierna debajo del cubrebocas, como diciendo, “no, esa no. Los codos no me dan para esa”.
No me siento en deuda con nadie, pero definitivamente todo lo que tengo en el Aikido se lo debo a mi Sensei y otro tanto a su Uke. Gracias por estar ahí y corregir lo que no veo. Lo que no entiendo. Gracias por su paciencia pero sobre todo por su amistad.
*Cada texto en este blog es responsabilidad de quien lo escribe
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